Entrevistas

Beatriz Pitarch: “Pensé que no iba a ser capaz de encontrar la belleza en Corea del Norte”

Es locutora, fotógrafa y viajera con predilección por los lugares recónditos. Ha recorrido más de treinta países en los últimos años, entre los que se encuentran Irán o Groenlandia. De sus vivencias en Corea del Norte nació Cerrado 24 horas, un libro en el que recoge sus impresiones sobre el país más singular del mundo. En él, Pitarch profundiza en el día a día de la sociedad norcoreana desde el punto de vista de una turista Occidental. Afirma que este país le sorprendió, aunque reconoce que no le gustaría vivir en él. Además, opina que la población agradecería un cambio aunque no cree que vaya a llegar a corto plazo.

Dragón Digital.- ¿Cómo ve la actualidad en Corea del Norte? ¿Cree que han cambiado mucho las cosas con Kim Jong-Un?

Beatriz Pitarch.- Me gustaría volver para ver si esos cambios se aprecian también a nivel norcoreano, si los habitantes han notado alguna diferencia como parece desde fuera. A mí me da la impresión de que el cambio es mínimo y que solo lo notarían si se diese uno más drástico en el que se desbaratara todo el sistema. Desde fuera veo que Corea del Norte genera noticias de forma regular y que, cada tres meses más o menos, si no le han provocado, trata de provocar a EEUU para decir: estamos aquí, de modo que siempre está de actualidad. Eso no ha cambiado con el nuevo presidente.

D.D.- Cuando visitó Corea del Norte nadie sabía nada sobre Kim Jong-Un. ¿Qué sabemos ahora de él?

B.P.- Esa fue una de las cosas que más me llamó la atención. Desde fuera, la cuestión sucesoria era muy debatida. Se decía que el poder podía recaer en manos del cuñado de Kim Jong-Il o en uno de sus tres hijos. Era un tema que estaba de actualidad constantemente y me parecía que yendo allí podría obtener más información, pero desde dentro nadie sabía nada. Muchos incluso creían que el líder no tenía ningún hijo o que solo tenía uno y ahora, de repente, todos se acuerdan del nacimiento de Kim Jong-Un. No sé si están obligados a creer, como sucedió en el caso de Kim Jong-Il, que vieron un doble arcoíris y una nueva estrella en el cielo el día en que nació.

D.D.- ¿Qué le llevó a viajar a Corea del Norte?

B.P.- Tenía un proyecto: encontrar la belleza en lugares hostiles. Había ido a Irán y quedé enamorada, no de sus leyes ni sus normas sino de la gente y su hospitalidad. Eso cambió mi percepción sobre el país, descubrí que había una parte que nunca salía en los medios de comunicación y que era preciosa. De ahí me pregunte: ¿Hay belleza en todos los lugares del mundo? Opté por pensar que sí y decidí ir en su busca. Entonces, pensé: ¿Cuál es el reto más grande? Decidí ir a Corea del Norte porque, a priori, parecía un lugar muy gris; sería el último lugar al que iría de vacaciones por placer. Consideré que si era capaz de encontrar la belleza allí podría hacerlo en cualquier rincón del planeta. Entrar el Corea del Norte no era fácil, ya que yo trabajaba en un medio de comunicación y había escrito un libro. Por ello, opté por entrar con un visado de turista y dije que no tenía nada que ver con un medio de comunicación, que solo quería ver el país. Hasta el día de antes no supe si iba a poder entrar en el país.

D.D.- Cuando una persona viaja a Corea del Norte descubre que allí se inició la vida o que inventaron la imprenta 80 años antes de que lo hiciera Gutemberg…

B.P.- Lo de la imprenta puede tener cierta base, pero cuando nos contaron que la vida se originó allí el grupo entero estalló en carcajadas. No obstante, al final les llegas a entender. Puede que si yo hubiera nacido en Corea del Norte dijese lo mismo porque así se indica en todos los libros que han leído. Escriben la historia a su manera y los turistas no pueden hablar con los norcoreanos. No estoy diciendo que mi versión sea la verdadera, pero yo tengo la posibilidad de ver diferentes opciones y elegir la que más me convence, mientras que en Corea del Norte solo hay una. Decir que los primeros restos del ser humano habían aparecido allí forma parte del plan del Gobierno. Dicen que Corea del Norte es lo más grande y que el resto del mundo vive a su merced porque quieren ser como ellos. Allí la manipulación de los medios es evidente y yo me llegué a plantear si todo lo que estaba leyendo yo en España era mentira. ¿Me estaría pasando lo mismo a mí? ¿Estamos viviendo en una especie de 1984?

D.D.- La paranoia se contagia: ¿existe el metro en Corea del Norte?

B.P.- A mí me pareció que sí, pero entre las pocas personas que han podido ir a Corea del Norte hay opiniones para todos los gustos. A mí también se me llegó a contagiar la paranoia. En el hotel me daba miedo ponerme el pijama por temor a que hubiese cámaras o micrófonos. Respecto al metro, mucha gente había dicho que era mentira y algunos turistas, al verlo, creían que eran decorados de cartón piedra y que las personas eran actores contratados. Llegó un momento en que me hubiese creído las dos versiones. En mi opinión, el metro era de verdad, aunque lo cierto es que solo vi dos paradas, que son las mismas que ven todos los turistas. Creo que no lo hacen porque el resto no estén construidas sino porque son más feas y ellos quieren enseñarte lo mejor de sí mismos. Esto también sucedía en Rumanía durante la dictadura de Ceaușescu.

D.D.- Parques de atracciones, centros comerciales, escaparates, poder pasar unos minutos sin guías… ¿Qué es lo que más le sorprendió?

B.P.- Tuve mucha suerte con los guías. No dejan de ser una sombra de ti durante toda tu estancia en Corea del Norte, los vas a tener que aguantar a todas horas te caigan bien o no. Intenté ser cordial en todo momento, pero en otros grupos se iba más a por la provocación, se generaban conflictos y los guías iban más tensos. Con nosotros no pasó nada parecido, solo uno de los componentes, un americano, era algo más provocador, pero no llegó a pasarse en ningún momento. También me sorprendió el parque de atracciones. Antes del viaje había leído un artículo en el que el periodista mostraba uno abandonado que reflejaba una parte de Corea del Norte que verdaderamente existe pero que no se correspondía con toda la realidad. Yo puedo hacer lo mismo en España yendo a un parque de atracciones en temporada baja. En este momento aprendí que no todo es blanco o negro, fue una forma muy real de ver la realidad social del país. Cuando me quedé sin guías realmente no me pasó nada interesante. Sin embargo, pocos pueden decir eso. Quizá esperaba que alguien me abriese su corazón, pero los norcoreanos no suelen hablar con desconocidos. De hecho, al ver que no tenía acompañantes puede que me viesen como un peligro. Yo estaba eufórica. No sé por qué nos dejaron solos, pero fue una de las cosas que más me impacto. Todo era un choque continuo. Pude confirmar cosas que había leído y vi que otras eran totalmente distintas.

D.D.- ¿Qué sucede con las personas que nacieron antes de la llegada de Kim Il-Sung?

B.P.- Al verles, pensaba: Esta persona sabe cómo era la vida de antes. Creo que si no están de acuerdo con el régimen se los llevan a campos de reeducación hasta que cambian de opinión. Es una situación muy difícil porque, si quieres conservar la vida, tienes que actuar como te digan. Si crees en esos ideales es algo que tienes ganado, pero si no lo haces o te traicionas a ti mismo o estás en peligro de muerte. Yo, en su lugar, puede que hiciese lo mismo que ellos. Y es que la otra opción es morir habiendo defendido tus ideales. Lo veo muy negro porque, aunque sepas lo que sucede fuera, ¿qué puedes hacer? No tienes ayuda internacional y no puedes pedirla. En un momento del viaje, por ejemplo, vimos a un campesino con una metralleta y la guía nos decía que allí no había gente armada. Todos nosotros lo estábamos viendo y se lo dijimos. Ella giró la cabeza, lo vio, lo negó y comenzó a poner excusas. Dijo que era un disfraz.

D.D.- Iba buscando la belleza, ¿la encontró? ¿Ha habido algún lugar en el que no la haya encontrado?

B.P.- He encontrado la belleza en todos los sitios en los que he estado. Unas veces me la ha dado la gente, otras los monumentos, las sensaciones, los sonidos o los olores. Reconozco que soy muy sensible a la belleza y que me sobrecoge fácilmente. En Corea del Norte, durante los primeros días, creía que no la iba a encontrar. Estuve buscándola pero todo me parecía gris y monótono. Los monumentos eran muy megalómanos y no me gustaban. Eran grandiosos, pero no me parecían bellos. Finalmente, encontré la belleza en varios momentos. Pude captar una escena con un grupo de chicas vestidas con los coloridos trajes tradicionales, pero la verdadera belleza la encontré en el último momento, unos minutos antes de subir al tren. La despedida con la guía me hizo ver las cosas de otra manera. Durante el viaje había estado muy cerrada, era muy estricta e interpretaba a la perfección su papel. De repente, como sabía que no nos íbamos a ver nunca más, se abrió y todo lo que me dijo me hizo llorar. Fue el momento más bello de todo el viaje. No me esperaba esa reacción.

D.D.- ¿Cuál será su próximo destino?

B.P.- Acabo de volver de Groenlandia. Fui a buscar la belleza a este país en invierno. Sé que en verano hubiese sido más fácil, ya que la temperatura es más agradable. Vivimos una ola de frío; hubo días que estuvimos a -45ºC. Fue terrible pero encontré la belleza. La mayoría de días estábamos a -25ºC. Iba preparada para ello y no lo había pasado mal, pero el día de 45ºC bajo cero no pude aguantarlo y tuve que dar media vuelta. Como acabo de volver, ahora mismo no tengo ningún otro proyecto en mente, pero creo que en todos los rincones del mundo hay algo bello. Aquí en Zaragoza también hay belleza. Yo me propuse encontrarla los 365 días del año en esta ciudad y lo logré. Tenía que hacer una foto cada día y eso me enseñó a verlo todo con otros ojos.

D.D.- Reproduce conversaciones con sus compañeros de viaje pero no siempre pudo tomar notas de cada palabra, ¿hasta qué punto llega la licencia del autor en este sentido?

B.P.- Iba tomando bastantes notas. Utilizaba una libreta, me apuntaba casi todo y en el autobús anotaba todo lo que acababa de vivir en la visita anterior. Alguna vez me miraban las notas, pero nunca solía poner opiniones personales. Por las noches, antes de acostarme, repasaba todo y lo escribía en una libreta aparte que guardaba en el hotel. Además, mantuve el contacto con alguno de mis compañeros de viaje. En determinados momentos les pedí su opinión para ver cómo lo recordaban ellos.

D.D.- ¿Llegará algún día el cambio a Corea del Norte?

B.P.- A mí no me gustaría vivir allí, aunque tiene sus ventajas. Ellos no tienen paro, todo el mundo tiene trabajo y derecho a la vivienda. Además, la salud está cubierta. Esa parte no deja de ser algo que aquí no tenemos, pero lo ideal sería una mezcla de los dos modelos. Creo que los norcoreanos agradecerían un cambio, aunque veo muy difícil que llegue. La única forma sería la guerra, entrar por las malas. Por las buenas se ha intentado en numerosas ocasiones pero parece que no lo han conseguido. Yo no apoyo guerras de ningún tipo pero, ¿cómo das solución a una situación así? La población estaría dispuesta a luchar por su propio sistema porque es lo que les han enseñado desde pequeños. Allí dicen que tienen un ejército de 22 millones de personas; todos forman parte de él. Darían la vida por su país y se defenderían del mal que viene de fuera. El cambio sería un shock para ellos.

D.D.- ¿Qué haría si pudiera volver otra vez a Corea del Norte?  

B.P.- No creo que pudiera hacer mucho más de lo que hice. Hoy por hoy, mi viaje sería muy parecido. Cambiaría de guías pero el itinerario sería prácticamente el mismo. Ahora que ha fallecido Kim Jong-Il habrán añadido una visita a su mausoleo o a lugares emblemáticos de su infancia. Tampoco creo que pudiera hablar mucho más con la gente. Si preguntase a los norcoreanos sobre el futuro de Kim Jong-Un, si tiene hijos o no, es posible que me dijesen que no lo sabían. Volver a Corea del Norte no está entre mis prioridades. Trataría de hablar con la población, pero lo cierto es que, en cuanto sales de la conversación estándar, te ven como un peligro.

Informa: Jorge Lisbona

Universidad San Jorge